OJOS CERRADOS… OJOS ABIERTOS
María,
Madre del verdadero Dios por el que se vive, cuidó a Jesús desde que era un
niño y hasta verlo convertirse en un adulto… Lo hizo con amor de Madre y con
la sumisión de la Fe.

Al despedirse María le pidió una gracia:
“Que siempre que cierre yo los ojos, te vea”
Jesús la abrazo, acaricio su cara y le dijo tiernamente:
“Te concedo una
gracia mejor… Que siempre que abras los ojos, me veas”.
Ver a Dios en todo… En las personas, en
las cosas, en la vida. Ver a Dios con
los ojos abiertos.
El andar se hace Fe y el mirar se hace
contemplación. Allí esta Él… Aquello es El.
En
cada sonido está el eco de su voz; En
cada color esta un destello de su mirada.
Allí se esconde, o mejor dicho allí se
revela. Todo lo ha hecho El, y Él vive en todo lo que ha hecho.
“Todo son huellas
para quien conoce el pisar del Amado”.
Los ojos bien abiertos… Él nos los regalo, para que lo viéramos en todo… Y en todos.
Rostros y movimientos, encuentros y
sucesos, naturaleza y asfalto.
No hay diferencia en cuanto a su
presencia, porque Él está en todo.
Basta con abrir los ojos y verlo. Ver
claro, ver de frente, verlo a Él en Todo.
Saber reconocer rasgos eternos… En
paisajes diarios.
Saber sentir la presencia Divina en un
apretón de manos.
¿Por qué cerramos los ojos al momento
de La Consagración?...
Habría que abrirlos para verlo, “físicamente”
a Él.
¿Por
qué cerrar los ojos cuando oramos?...
Habría que abrirlos para “ver” su
respuesta…
Ojos Cerrados, Ojos abiertos. (Autor Carlos G. Valles
s.j.) (Editorial San Pablo)
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