Era una noche de
junio del año de 1953, el inmenso amor de José y Lucía se unió al sublime Amor
de Dios y una nueva vida fue creada. ¡Y Dios vio que era bueno!
Papa
Dios, amo al bebe desde que fue solamente una idea en su mente, Jesús, clavo
sus pecados en la cruz, pagando por ellos y El Espíritu de Amor, lo empapó con
sus dones.
Seguramente el
llanto era de felicidad, pues nacía al calor de una familia increíble, con Papa,
Mama, seis hermanos, una de ellas, convertida en una bella angelita que desde
el cielo nos cuida. Y como regalo adicional, había una abuelita linda, bella y
feliz, que al paso del tiempo se convertiría, en el ángel guardián del niño
recién nacido.
Otros regalos, eran
los primos y amigos que siempre vivían con nosotros, alegrando la vida y
haciendo más fuerte, está comunidad de amor.
La infancia no pudo
ser más feliz, siendo el más pequeño, era el más consentido y además de su
Súper Mamá, tenía 4 mamás chiquitas y un hermano mayor que entre dureza y
cariño, se convertía en su ídolo. Pero cuando Memo tenía trece años, una nube
negra envolvió su mundo. Papa, su héroe, su ídolo, su Superman, salió como
todas las tardes a vender sus autos, llegó al Templo de San José, y de repente
cayó al piso. Una fuerte embolia, cerró los vasos sanguíneos de su cerebro y le
cortó el habla y el movimiento de toda la parte derecha de su cuerpo. Memo
jugaba en casa, cuando sonó el teléfono, una señora amiga se había enterado del
incidente y hablaba para pedir informes. Fue cuando Memo se dio cuenta de que
estaba solo en la casa y que algo malo había pasado. Cerca de las diez de la
noche, su Mamá y su hermana Cristina vinieron por él y lo llevaron al hospital.
Ahí estaba Papa, acostado en una cama, él que era tan fuerte, tan grande, tan
invencible, estaba ahí, triste, indefenso y sin poder hablar. Solamente pudo
acariciar la mejilla de Memo con su mano izquierda.
Y Dios
vio que era bueno.
¿Y cómo puede ser
esto bueno? Si Memo pensó en esos momentos, que Dios ya no los quería.
Es cierto que hubo
momentos muy difíciles, familiarmente, económicamente y sobretodo, la
preocupación continua, por la salud de Papa.
Pero pasados los
años Memo pudo ver que es cierto: ¡Que Dios siempre saca cosas buenas de lo
malo! Y lo bueno llego con tres cuñados y una cuñada, que se unieron a la
familia, Rodolfo, Maru, Alberto y Armando, llegaron para reforzar la comunidad
de amor. Y hoy son tan amados como los propios hermanos. Mamá que era la luna
discretamente escondida detrás del sol, tuvo que salir a escena, para iluminarnos
a todos y fue ahí donde nos dimos cuenta, de que nunca la habíamos apreciado en
su gran valor. La solidaridad y el apoyo se hicieron de roca.
Mamá es, una esposa
excelente y una madre incomparable, para nosotros, para mis cuñados, para mis
primos, para los yernos y las nueras, y hasta para los amigos de todos
nosotros.
Por todo esto
reconozco, que Dios me siguió abrazando aún es esos momentos difíciles.
Otra experiencia
muy triste, fue el 15 de octubre de 1969, cuando terminada la secundaria me subí
a un auto y tomando las curvas de la sierra de Perote, deje atrás la ciudad
donde había nacido, deje a mis amigos, mi futbol, mis fiestas, el terraza
jardín, todo mi mundo y cambie de una escuela de trescientos alumnos, donde
todos nos conocíamos, a un enorme edificio de
dos mil cuatrocientos alumnos, donde muchos se conocían y yo era el
extraño. Fue una etapa difícil, porque aunque lo duden, los que ahora me
conocen, yo era tímido e introvertido y me costó mucho tiempo y mucho trabajo,
hacer amigos, y volver a ir a fiestas, volver a relacionarme, y llevar una vida
de joven.
Estaba en ese
proceso de adaptación, cuando una segunda embolia, le quito a Papa todos los
avances obtenidos y lo volvió a incapacitar y a tirar en una cama.
Papi ya no quiso
volver a intentarlo y en Diciembre de 1971, se fue volando al cielo para jugar
domino con Papa Dios, El Señor Jesús y creo que el cuarto, lo hace San Pedro.
Fue en esta época
cuando un arcoíris apareció en mi horizonte, una preciosa niña chiapaneca
decidió que yo era digno, de que ella se enamorara de mí y un manantial de
bendiciones colmo mi vida, y nuevamente me sentí, pleno, feliz y amado por
Dios.
Después de tres
peticiones de mano, por fin mi suegro acepto darme su mano, y nos casamos.
Siguieron llegando más sobrinos y luego tres hermosos hijos, orgullo y
presunción mía, hasta completar veinte nietos, para Mama.
Un apostolado que
nos une y apasiona, la amistad de 14 sacerdotes y 3 Obispos, salud, gente que
me ama, sin yo merecerlo… y ¡Dios vio
que era bueno!
Extraño el contacto
diario de mi abuela, de mis papas, de cuatro hermanos, de un cuñado, de dos
nietos, que se fueron al cielo, antes de llegar, de un primo que fue mi
hermano, de mi suegro, de abuelita Queta, y de dos sobrinos, que todavía duelen
mucho. También volaron, dos amigos sacerdotes, que son tan buenos, que El Señor
quiso que llegaran, más pronto con Él.
Continúo cometiendo
tonterías, me falta mucho para ser el Memo que Jesús y yo queremos, el trabajo
está difícil, pero es tanto lo que tengo, que no puedo negar, que Dios me ama, aunque
no lo merezca, porque Él sabe que es cuando más lo necesito, por eso afirmo;
“Que Memo cree en
Cristo y desde luego… También le cree”
Autor:
Guillermo Alvarado Vega
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