Lo conozco desde hace algunos años, él pide limosna en el camellón de
Blvd. Alonso de Torres y Blvd. Campestre, frente a Bísquet Bísquet Obregón.
Llama la atención e incluso causa miedo en algunas personas, porque Don Agustín
Arias, que así se llama “El Pato”, canta y toca la guitarra, pero para que no
lo ignoremos los que pasamos por ahí, grita con su fuerte y ronca voz y no son
pocos los que se espantan.

Agustín estudio hasta la secundaria, cuando su abuela murió, y se vio
obligado a meterse a trabajar en una fábrica de zapatos, donde aprendió el
oficio y además adquirió algunos vicios.
Su voz potente y armoniosa, y su guitarra, lo hacían el acompañante
perfecto para los gallos y las veladas románticas, donde los amigos no le
pagaban, pero si le invitaban una botella. El Pato cayó, como muchos jóvenes en la parranda y el vicio, sus padres
habían muerto, no mantenía ninguna relación con sus hermanos, y su abuela que
era “su conciencia”, se había ido también.
Sin freno alguno, no era raro verlo continuamente de fiesta, sobre todo los
sábados y domingos. El lunes invariablemente faltaba a su trabajo para curarse
la cruda.
Y aunque era muy popular entre los amigos, cuando sus continuas ausencias
propiciaron que lo corrieran de su trabajo, ninguno de ellos le tendió la mano.
Empezó a sentirse mal y se fue al hospital. Le detectaron diabetes y le
dieron un tratamiento que su condición económica y social no le permitía
llevar, así que siguió tomando, desvelándose, comiendo mal y cambiando de
trabajo cada mes.
Un día su vida cambió, entro a otra fábrica a trabajar y ahí conoció a
Leticia, la secretaria de su jefe, y rápidamente se hicieron amigos, a ella le
encantaba platicar con él y el sentía que por fin, alguien después de mama Chayito,
se preocupaba por él.
Un día que celebrábamos a Nuestra Santísima Madre de la Luz, no trabajaron y El pato invitó
a Lety a pasear, comieron, y platicaron todo el día, fue el día más feliz de su
vida, por lo que ya en la puerta de su casa, Agustín le pidió a Lety que fuera
su novia.
Ella le tomo de las manos y le dijo, “no podría vivir con alguien que
toma como tú”, “alguien que es esclavo del alcohol”, perdón me gustas mucho, te
quiero mucho, pero no podría. Cerró la puerta y lo dejo parado y desconcertado.
Él le dijo: “Y si te prometo no volver a tomar”…
“Deja de tomar y entonces…búscame” Y cerró la puerta.
Al otro día se bañó temprano y llego a trabajar muy perfumado, estaba
apenado con Lety y no sabía cómo actuar, pero ella lo trataba igual que
siempre.
El fin de semana siguiente la invitó a salir y ella sonriendo le dijo: “Señor Arias… Usted ya sabe que tiene que hacer, si quiere salir conmigo".
No fue fácil pero El Pato dejo de tomar, cambio las serenatas por un
trabajo fijo en un restaurante del centro, a donde iba a trabajar con un trío
saliendo de la fábrica.
Y después de tres meses sin tomar, Leticia lo busco a la salida del
trabajo y le dijo:
Señor Arias, ¿aceptaría ser mi novio?...
Señor Arias, ¿aceptaría ser mi novio?...
Él la cargo y le dio vueltas en el aire y le dijo:
Pues no Señorita Godínez, no acepto su propuesta…
¿Qué le parece si mejor acepto ser su esposo?
Ella dijo que sí y se casaron a los seis meses,
Lety vivía con una madrina, porque sus papas habían muerto en un
accidente de auto.
Vivieron muy felices durante 20 años, trabajando los dos, sin volver a
tomar y dedicados el uno al otro, pues Dios nunca les concedió la gracia de ser
padres.
Sin embargo tantos años de parranda y la diabetes, habían minado la salud
del Pato y aunque se cuidó y se atendió finalmente, perdió sus dos pies y
empezó a perder la vista,
El día de su aniversario número 20, El pato estaba en el hospital de la
T1 del IMSS, ya estaba completamente ciego e invalido, y Lety llego a
visitarlo, nunca le dijo que se había sentido mal, ella estaba muy pálida y se
había desmayado dos veces.
Olvidó todo y llego a visitar a su Pato, con un regalo y la mejor de sus
sonrisas.
Se quedó en una silla junto a su cama, cenaron juntos una rica comida que
la enfermera dejo pasar de contrabando, tomaron agua de Jamaica, fantaseando
con que era vino tinto, y después de la celebración, se tomaron de la mano y se
durmieron.
En la mañana Agustín acariciaba la cabellera de Lety, que ya no despertó.
Durante la noche se había dormido para siempre, tomada dulcemente de la mano de
su pato.
Desde entonces el pato se las ingenia para llegar a la esquina de Alonso
de Torres y Campestre y con fuerte voz, cantar y vivir de lo que le damos, los
que pasamos por ahí y no lo ignoramos, viendo en él… a Otro Cristo.
Hace una semana, cuando depositaba una moneda en su
canasta me dijo:
¡Cómo ve!, estoy ciego, paralítico y no tengo a nadie en el mundo… ¡Y soy
Feliz!
Usted ¿Por qué cree que sea?... Me le quede mirando y le dije:
¡Por qué Dios te Ama!
Sonrió y con esa su voz fuerte y ronca me dijo:
¡Claro que me ama!, me regalo a Mama Chayo, quién me enseño a rezar, me
regalo a mi Lety, que durante 20 años me amo, como nunca una mujer ha podido amar
a un hombre y me dio esta voz, con la que muchas parejas se han enamorado.
Sabe todavía me invitan a la estación de radio “la poderosa” para recitar
algunas poesías:
¡Claro que Dios me Ama!
Y a veces tú y yo, sentimos que Dios nos olvida…
Solo porque las cosas en el trabajo no van bien…
Porque la economía está mal…
Porque tuvimos dificultades con alguien…
Porque alguna persona hablo mal de nosotros…
O simplemente, porque nuestros caprichos no se realizan…
Autor: Guillermo Alvarado Vega
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